lunes, diciembre 07, 2009

Río Abajo

Al comienzo creí que era la costumbre de andar sobre aguas pantanosas lo que me hacía sentir que el andar se hacía más ligero.

Hace días que lidiar con las ramas y el fango no era incómodo.
Cada vez caminar en estas aguas me exigía menos esfuerzo. Solo el cansancio de llevar tantos días de pie y caminando me hicieron buscar un pedazo de tierra firme para sentarme y descansar.

Sería sólo por un momento. La noche llegaría pronto y necesitaba seguir avanzando.

Fue durante aquel momento y cuando todo estaba en absoluto silencio cuando sentí el sonido… ¡qué maravilla estaba escuchando!

Era de bastante lejos, pero no cabía duda.
Era el suave y fastuoso sonido del fluir de las aguas golpeando las piedras. Ese amable sonido con el cual había soñado cada noche poder encontrar.
Abrí y cerré los ojos para asegurarme que estaba despierta.

Sentir que era real y no más solo parte de un anhelo me llenó de serenidad.
El sonido del torrente me hizo creer que el rio no podía estar tan lejos. Si lo escuchaba era porque podía llegar a él antes del anochecer.

Me olvidé del cansancio y comencé a dar tropiezos entre tanto pantano tratando de caminar más rápido. Levantando mis rodillas como queriendo caminar sobre las aguas. Agitando los brazos para impulsarme con más fuerza y rapidez.

Caí un par de veces.
Varias.
En una de ellas me herí profundamente con unas ramas. Sangré un poco, después bastante, pero el dolor y la herida no eran capaces de alterar mi agitación y mi estado de exaltación absoluta.
Nada era comparable con el estremecimiento de estar cerca de lo que para ese momento era lo único que deseaba lograr: Llegar al rio.

Y a mi llegada encontrar en él aguas cristalinas, gentiles y refrescantes.

No fue fácil encontrar la orilla. Me tomó un par de horas. Al principio era confuso.

Pero había llegado al río.
La ansiedad de todos estos días me hizo soñar con encontrarme con una parte del río apacible, sutil, donde no sólo iba a podría meter suavemente mis pies descalzos y refrescarme, sino también desnudarme, nadar, flotar, bañarme de forma plácida y eterna.
Donde el agua fluyera con serena continuidad…casi como un arroyo.

Pero la parte del rio que había encontrado no era de aguas quietas. No eran aguas cristalinas y tampoco se veían gentiles. Muchas piedras, muchos remolinos que junto con el furioso torrente erosionaban grandes rocas dispares entre sus aguas.

La violencia y fuerza del agua me atemorizaba. Sus aguas bajaban furiosas y crueles, moliendo cada piedra a su paso, como queriendo que nada a su paso continuara con vida. Cada gota de este río bajaba con enfado y brutalidad.

Temerosa y con pavor veía toda esta turbulencia. Mas no retrocedería.
Posiblemente para impulsarme a seguir…pero para devolver y deshacer mis pasos…jamás.

Estas aguas indómitas no cambiarían mis planes.



El río estaba frente a mí.

Revoltoso y rabioso.

Tan concentrado en su turbulencia que no lograba darse cuenta que con la llegada de una suave brisa, el rocío comenzó a refrescar mi cara.

Por mientras caminaré por la orilla….río abajo.

Con la profunda convicción que estas aguas no son eternas. Que la calma no tardará en llegar.

Por mientras seguiré anhelando ese atardecer en que las aguas me bañarán desnuda, flotando, con los brazos extendidos y en paz.

Y seguiré soñando que lo más probable con más tesón que inercia, caminando río abajo, llegaré al mar.




1 comentario:

Anónimo dijo...

Como está esa pluma Flaka !! Afiladísima.
Espero que todo lo demás siga bien.
Cuando puedas, manda un par de líneas. Siempre es bueno saber de vos.
Desde la ciudad de la furia, yo (pronunciase sho)

¿Leerás esto?, me pregunto