sábado, enero 07, 2006

Bitácora de un Encuentro (6)

He recorrido valles, bosques, ríos, muros y también he caminado en círculos por varios días.
Llevo más de tres meses en este viaje y al mirar atrás siento esa tibia satisfacción que he avanzado.
Muchas veces con cierta lentitud que me impacienta...otras, enfrentando el dolor y la soledad...
También hay días que siento que este es el viaje mas frustrante en ese sentido. Lento, dolores y solitario.

Me he planteado teorías absurdas, sustentadas en la evidencia de mis pasos, donde he debido atreverme a despertar con pruebas ante controversias que me han quitado el sueño.

Hay veces en que siento que este viaje puede ser en balde. Como otros. Pasar tres o mas meses fuera de casa me hace sentir que volveré con la sensación de haber perdido el tiempo, volver con las maletas tan vacías como antes de partir.

Hay veces en que tengo la fortuna de presenciar algo hermoso en el camino, algo que por si solo compensa el viaje, el frío infernal, los sacrificios...y vuelvo a creer que volveré a casa mejor de lo que partí.

La brújula..esa pequeña brújula que me acompaña desde que partí, siempre me ha indicado el camino a tomar. Y como pensé desde un principio, me ha ayudado siempre, a ver por donde no debo volver a pisar.

Hace unos días, abandoné el último pueblo. Me hospedé ahí unos días. La gente era amistosa... con un especial sentido de la vida.
De día no hacían más que trabajar..tan laboriosamente que no tenían tiempo para levantar la vista y ver quien pasaba por su lado. Labraban la tierra, sembraban y sembraban con la fiel esperanza de ver la cosecha al término de la primavera.

Pero de noche era otro pueblo. Su gente reía, bailaba, tomaba grandes cantidades de vino y celebraba uno a uno sus ritos de fiesta hasta quedar extenuados, para levantarse al alba y volver a trabajar.

De día no conversaba con nadie..solo me limitaba a observarlos y esperar con ansias la noche para verlos florecer en esta especie de alegoría a la vida.

Eran amables. No pasó mucho tiempo para que me viera envuelta en sus ceremonias y bailes, celebrando no se qué...creo que el solo hecho de ver a gente feliz, aunque fuera de ocaso a ocaso.

Al pasar los días, o mejor dicho, las noches, sabía que debía partir en algún momento. No pertenecía a ese lugar. Debía seguir avanzando y quedarme ahí sería no concluir mi viaje al encuentro.

El pueblo de Semahui debía quedar atrás. Pero durante días pensé que distraerme y dejar de pensar un rato en la ruta que debía tomar más adelante me haría bien. No quería cuestionarme si el estar ahí perdería tiempo preciado, como tampoco pensaba en los beneficios que me traería el compartir con estas personas.

Hasta aquella noche.
Celebraban uno de sus mas importantes ritos. Las mujeres obsequiaban a los hombres regalos hechos por ellas mismas...con cuero, madera y arcilla. Y ellos les entregaban prendas de vestir que en conjunto adquirían días antes en un pueblo cercano conocido por elaborar prendas finas de seda y algodón, de colores vistosos y alegres.

Una vez intercambiado los regalos ellas debían vestir sus prendas y bailar al son de los tambores y del fuego. Ellos guardaban sus obsequios como tesoros dentro de sus hogares.

Y la fiesta comenzaba. Baile, vino, risas y olvido. Eran espíritus consumidos por la energía.

Los días anteriores había recogido unos pequeños trozos de madera , que con un par de piedras me ayudaron a hacer una figura parecida a una guitarra. Sabía que debía llevar un obsequio aquella noche. Sabía que habría alguien que recibiera mi regalo.

Esa noche también bailé...también bebí vino dulce y también me dejé llevar por el sonido de los tambores y el fuego...
Pero esa noche no hubo sedas para mi.... No me vestí con prendas nuevas para celebrar.

A la mañana siguiente, aprovechando que todos habían vuelto a sus tierras, empaqué y partí. Sólo me despedí de él. Había dejado su regalo sobre una mesa. De cerca era solo un trozo de madera..mirarla de lejos y con imaginación más parecía una guitarra.

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